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Relato erótico de la enfermera

Sex Story

Ese día era uno de esos de los que parecía haberme despertado con el pie izquierdo.

Ciertamente llevaba días sin dormir bien, el frío había llegado repentinamente a Barcelona y sentía escalofríos y una gran pesadez en mi cuerpo.Me levanté acordándome de la gripe que arrasó en la oficina y entendí que yo era la siguiente víctima.

Tomé mi desayuno como de costumbre y una aspirina para aliviar los síntomas.

No sé si fue producto de mi malestar, pero la cabeza la notaba embotada, y cuando llegue a la oficina mi jefe me dejó nota para adelantar un informe que llevaba días atascado por su complejidad : ¿me dije, qué más me puede ocurrir hoy?...

El día se me estaba haciendo cuesta arriba, entre sudores y escalofríos, cada vez me sentía peor, así que al mediodía llamé a mi jefe para ir al hospital porque sentí que me faltaban las fuerzas.

Tomé un taxi pues no quería conducir en ese estado y llegué al hospital más cercano. En la sala de urgencias un auxiliar me tomó los datos y rápidamente me pasaron al box.

Después de varias pruebas, me pusieron suero y medicación y me dijeron que tenía que pasar la noche ingresado porque tenía pulmonía.

Alguien picaba en la puerta, eran las diez de la noche y pensaba que a esa hora nadie más del equipo médico me iba a atender, pero faltaba ella: “la enfermera del turno de noche”.

Lo primero que me llamó la atención fue su estupenda y voluptuosa figura que no disimulaba su bata blanca, su bronceada piel hacía que su dulce y preciosa sonrisa rivalizara con sus ojos grandes y almendrados.

¿Quiere la cena ya?....

- Pues no tengo demasiada hambre, gracias, contesté yo.

- Cada vez que “me necesite” sólo tiene que pulsar el botón...

A lo que yo le respondí agradeciendo su interés.

-Ahora vuelvo, me dijo, y al girarse, su increíble contoneo me hizo imaginar un culo prieto y un deseo libidinoso me hizo desear abarcar cada nalga con las palmas de mis manos.

Y allí me quedé yo pulsando el botón de mi imaginación, haciéndole una radiografía sexual babeante, (¡ojalá se quedara conmigo toda la noche!)…

Ufff…mi pene empezó a despertar de su estado febril, y de buenas a primeras se me empezó a poner dura y tan tiesa que era bastante evidente mi excitación debajo de las sábanas.

Cuando entró con la bandeja en la habitación no dejaba de mirarme e intercambiamos sonrisas, me quitó la vía para que pudiera comer con más comodidad y al inclinarse sobre mí, su canalillo me pareció el laberinto de los deseos.

- Buen provecho, me dijo.

- Si está como tú me curo de golpe, le dije.

- ¿Disculpe?jajaj... me contestó ella entre carcajadas.

- Nada, nada, será la fiebre perdone, aludí.

Acabé la cena y quise quitarme las ganas pensando en todo lo que haría con sus carnosos labios y mi miembro, y empecé a tocarme y a imaginar su cuerpo desnudo en mis brazos. Estuve unos pocos minutos pero mi excitación era tal que estallé sin poder evitar un grito-gemido que pareció escucharse en todo el hospital.

Ella asomó la cara y me sorprendió con las manos en la masa. Ooohh, qué corte!! Sentía una mezcla de éxtasis y vergüenza con asombro. Cerró la puerta, pero cinco segundos después volvió a abrir y acercándoseme sigilosamente me miró y me dijo con picardía:

- ¿Se encuentra usted bien? me dijo: desabrochándose dos botones de su bata dejando sobresalir unos turgentes pechos, provocándome una brutal erección aún mayor que la anterior. Mi cara era un poema por lo que no hizo falta contestar, se volvió y cerró la puerta de la habitación, se soltó el moño y se sacó los zuecos, se encaramó a la cama y como si fuera una gatita en celo, saltó sobre mí.

No puedo explicar la brutal sensación de excitación que sentía, pero no podía dejar de jadear. No sabía si estaba soñando, pero desde luego la inyección se la pensaba poner yo a ella.

- Me susurró al oído :“es una pena que estando yo aquí te masturbes", así que si quieres podemos jugar un poquito…tengo veinte minutos de relevo, ¿qué dices?...

Yo asentí con la cabeza atrayéndola hacia mí acariciando su melena.

Me desnudó apenas sin darme cuenta, la empecé a besar y tire hacia abajo su sujetador mientras besaba sus pechos pinzando y estirando suavemente de sus pezones, con las manos le subía la bata y jugaba con sus increíbles glúteos y le separaba con los dedos el diminuto tanguita de encaje jugando con su coñito que se humedecía de placer.

Pronto empezó a gemir y me pidió que la penetrara, que le volvía loca mi rotundo miembro,así que la obedecí sin miramientos. Ella ahogó un gritó de placer, mientras con su mano me tapaba la boca.

Era sexo salvaje y furtivo, y tantas ganas el uno por el otro que estaba siendo sexo del diez. Ella me cabalgaba moviéndose de maravilla y a su antojo sobre mí.

Cuando ya flaqueaba y pensaba que no podría resistir mucho más, se abrió toda la bata, las formas de su escultural cuerpo desnudo contrastaba con lo aséptico de la habitación, se dio la vuelta y me pidió cambiar la postura para hacerlo a cuatro patas.

Aquello ya me superó, era imposible disimular y salté de la camilla para terminar haciéndolo de pie.

Nos estremecíamos de placer, ella llegó al clímax y observando sus gestos y sus enmudecidos gemidos, estallé y vacié todas mis ganas de ella, saciándome de placer en varias sacudidas bestiales.

No pude rugir como un león, pero sentí que subía a las estrellas atrapado en su cuerpo, luego mis fuerzas desfallecieron de golpe con la sensación de estar curado de todos los males.

Y así nos quedamos unos minutos mimándonos el uno al otro, tan relajados y yo…ya curado.

- Ella con una sonrisa sarcástica me dijo: ¿sabes cuál es el mejor remedio para cualquier mal? pues el sexo, querido, el sexo…

- A lo que yo contesté: hoy me ha quedado realmente claro y creo que mañana me darán de alta, pero en mi casa, ¿si quieres repetimos?...