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Rasgos tóxicos

Rasgos tóxicos

La culpa

La culpa es la diferencia entre lo que hice y lo que debería haber hecho, entre lo que quiero y debería hacer, este sentimiento que nos hace reflexionar y modificar comportamientos o actitudes erróneas, también puede ser uno de los sentimientos más agresivos o autoagresivo que puede sentir el ser humano, paralizando el potencial que podamos tener, por lo que es una de las maneras más utilizadas para manipular a los otros.

Cada ser humano trata de obtener ventajas y de aprovechar al máximo cada oportunidad, pero cuando los obstáculos bloquean las metas y las personas cercanas nos hacen entender que no tenemos capacidad para llevarlo a cabo, se puede vivir, esta sensación de culpa de una manera exagerada, convirtiéndose en una emoción obstaculizadora, sumergiéndonos en sentimiento de reproche como si no fuésemos merecedores de esas oportunidades, o que nuestras perspectivas son demasiado para nosotros, como un boicot contra nosotros mismo.

es una voz muy difícil de acallar, una voz que detiene y te pide explicaciones, el problema surge cuando se torna continuada, rígida e inflexible sometiéndonos a mandatos que nos colocan en víctima o culpable como las únicas posiciones.

La mayoría de veces son culpas ajenas generadoras de insatisfacciones continuas que se alimentan de mandatos sociales y de emociones internas no resueltas que siguen teniendo poder y valor en nuestras vidas.

Es un eco que cada mañana deposita en la mente el primer pensamiento negativo del día. Esa voz trata de vivir en ti y a la que tú autorizas la permanencia, a menos que afirmes tu determinación a ser flexible contigo mismo y entender que la perfección no existe y si existiera sería distinta para cada persona.

Todos los seres humanos tenemos cosas buenas y otras que no lo son tanto; sin embargo necesitamos conectarnos con lo bueno, con lo mejor que tenemos y seguir adelante.

Tú puedes ser tu propio tóxico si te obsesionas con la culpa, simplemente sé tú mismo, vaciándote de culpas propias y ajenas y comienza a vivir con convicción tus propias decisiones erradas o no.

El orgullo

Soberbia, vanidad, arrogancia, petulancia, narcisismo, son todos sinónimos de una misma palabra: orgullo.

El orgulloso es un exceso de confianza en sí mismo, lo que dice, lo que hace, las decisiones que toma; todo lo que hace es perfecto, es Dios y nada ni nadie pueden contradecirlo/a.

Tener confianza es bueno, pero un exceso de fe en una idea o situación paraliza todo cambio para mejorar, por lo que lo más posible es que se estanque en el tiempo. El orgullo no es malo hasta cierto punto. El problema empieza en la exageración del mismo. Ése es el verdadero conflicto.

-Hay tres tipos de excesos de confianza:

-Exceso de amor propio: Las personas que se creen ser seres únicos, dada la excesiva confianza que tienen en sí mismas. La gente así no tiene tiempo para detenerse a pensar en que puede mejorar. El orgulloso termina muchas veces humillado, porque cuanto más nos sintamos imprescindibles en determinadas áreas, seguramente aparecerá alguien que hará mejor que nosotros las cosas y se llevará el premio.

-Exceso de confianza en la propia capacidad: Hay personas que no aceptan sugerencias ni ideas nuevas, personas que si una vez obtuvieron resultados brillantes se estancan y no aceptan aportes novedoso. La persona que no es capaz de hacer un análisis y una balance para mejorar, siempre será un mediocre, y sin darse cuenta surgirá alguien mucho mejor que ella/él y tenga que preguntarse “qué está pasando”.

-Exceso de confianza en la propia manera de pensar: Puro orgullo. Los que siempre están de vuelta de todo, son los que nunca fueron a ninguna parte. El orgullo es como el mal aliento, todos lo perciben menos el que lo padece. Tener confianza en nosotros mismos y en los demás es bueno y productivo, sin embargo necesitamos dejar un espacio para cuestionar, mejorar, reconocer los errores, superarnos, darle un lugar a la equivocación y romper con el inmovilismo que nos encierra en un lugar donde nada nuevo puede entrar.

Desde el momento en el que seamos capaces de romper nuestro orgullo, estaremos preparados para no estancarnos, tendremos claridad y flexibilidad para enfocar los nuevos objetivos y conquistar cada uno de los sueños que albergamos para nuestra vida.

La falsedad

La inteligencia interpersonal es la capacidad de que disponemos para conocer, entre otras cosas nuestras limitaciones y actuar sobre ellas. Esto es fundamental, ya que aquello de nosotros que no conocemos puede convertirse en el factor limitador, en la restricción o en la barrera que se levantará ante nosotros.

Quién no ha usado en algún momento de su vida una máscara?. Todos tenemos actitudes que representamos para que los demás no nos reconozcan o nos rechacen, las máscaras no hacen excepción de personas, edad, raza o religión.

-Máscaras de poder: muchos las tienen solo para cubrir sus necesidades básicas, esmerándose en convencer a los demás de su poder diciendo: “Yo soy amigo de tal” o “Yo soy íntimo del director”.

- Máscaras de superioridad: las llevan aquellos que transportan su currículum a todas partes. Necesitan impresionar, demostrar y sobresalir.

- Máscaras de víctima: las usan aquellos que nunca sonríen, que sufren por todos y todo. Todo les sucede a ellos y nunca les podrás igualar en las fatalidades.

Los seres humanos nos vemos tal y como hablamos de nosotros mismos, y conforme a lo que otros dicen de nosotros, pero a diario nuestra seguridad emocional termina convirtiéndose en inseguridades que se aferran a nuestras vidas, y que anulan las capacidades que poseemos para disfrutar. La inseguridad no sólo interrumpe el acceso a nuestras metas si no a nuestra propia estima.

Conocerse es saber que siempre hay nuevas oportunidades y posibilidades, para tener esta certeza debemos saber qué es lo que pone freno a nuestro potencial.

La mirada que hagamos de nuestro interior hará que el éxito esté más cerca o más lejos.

Los problemas de relación con los otros, no suelen ser por mala suerte, el problema puede estar dentro de nosotros mismos, por no poner palabras a aquello que queríamos rechazar o aceptar para nuestras vidas.

Es nuestra creatividad y disposición las que nos generan seguridad. Las circunstancias pueden decirnos que estamos lleno de problemas, pero será nuestra propia estima nutrida de cada decisión que tomemos cada día las que nos llevarán al éxito o al fracaso.

Sucede que las máscaras terminan adhiriéndose a la piel, haciéndose cada vez más imprescindibles. Pero la realidad es que sólo sirven para convencer a los demás de algo que en nuestro interior no nos sentimos o creemos. Nosotros decidimos no vivir más bajo máscaras ni ser seducido por máscaras ajenas

La mediocridad

Una de las cosas que hemos perdido, en la urgencia diaria por cumplir con lo que se nos pide, es el hábito de reservar el tiempo que necesitamos para capacitarnos y mejorar continuamente.

Los seres humanos tendemos a conformarnos y a aferrarnos a lo conocido por miedo a perder lo que ya hemos conseguido. La insatisfacción y el estrés continuos nos sumergen en la depresión o la frustración; podemos cuestionar los imposibles y luchar por un mundo en el que todo es imposible.

Necesitamos vernos como realmente somos, y no como nos imaginamos ser.

A veces nos acostumbramos a sobrevivir sin arriesgar en lo nuevo, en lo mejor que puede estar a nuestro alcance si nos atrevemos a romper con viejos ritos, costumbres y paradigmas obsoletos.

Tener miedo de arriesgar y perder es parte de nuestra naturaleza. Hasta los que alcanzaron el éxito, en algún momento sintieron temor. La diferencia es que esta emoción no los detuvo ni los paralizó. El temor te agota, debilita, habla en negativo. Si deseas o necesitas avanzar “a pesar de”, deja atrás la mediocridad, en el camino encontrarás las herramientas para volver a empezar cada vez que lo necesites.

No busques la seguridad ni la felicidad en fuentes equivocadas o fuera de ti, respeta tus errores, para avanzar se necesita esfuerzo, creatividad y credibilidad.

La envidia

Envidiar es desear lo que otro tiene, con lo que a la excelencia y al triunfo siempre les acecha la envidia. Nadie envidia a un miserable o a un mendigo. Se envidian los logros, el reconocimiento, la casa, el dinero, la familia, la pareja, los amigos…

Muchos describen “la envidia sana” como aquella emoción que reconoce que el otro tiene algo que ellos mismos desean y que aún no han obtenido, pero que harán todo lo posible por conseguir. Esa envidia no acarrea ni dolor ni frustración.

Sin embargo “la envidia enfermiza” genera una continua desazón, infelicidad, frustración y dolor al que la padece, por no poder tener lo que el otro ha logrado, de forma que inhabilitan sus propias posibilidades y acciones para transformar su presente, convirtiéndose en seres intolerantes respecto del éxito de los demás.

El enfado, dolor, ira y tristeza son sentimientos que nacen de la creencia de que no han alcanzado lo que ellos/ellas se merecen, generando una profunda rabia y deseos de venganza hacia los logros ajenos.

La envidia tratará de destruir a través de la persecución, con descalificaciones, calumnias o críticas continuadas hacia la persona “deseada”. El/la que te envidia siempre tratará de buscar aliados: hablará con otros para envenenarlos, porque el envidioso no lleva bien los triunfos donde ellos/ellas no sean parte. Su lema es “Si yo no puedo, él/ella tampoco”.