icono telefono icono telefono icono telefono icono telefono

Del amor al desamor y vuelta a empezar

desamor

La clave del desamor está en la infancia

Ese fue el gran descubrimiento del científico inglés John Bowlby (1907-1990) que detalló la estructura y la forma de seguridad generada por el apego infantil. El rechazo de la pareja o el desamor evocan los primitivos y poderosos sentimientos azuzados por el alejamiento de los seres queridos. Bowlby comprobó que los humanos estamos dotados con circuitos neuronales de apego seleccionados por las presiones evolutivas y nacemos provistos de mecanismos programados para formar fuertes vínculos afectivos.

Cuando estos vínculos se rompen, suena la señal de alarma del miedo a la muerte o al abandono. Esa emoción despierta cada vez que percibimos que algo nos separa de un ser amado definitivamente.

Lo que sugiere la ciencia moderna es que, el desamor desentierra los miedos que de niño empapaban la ansiedad de la separación de la madre y ahora, más que antes, también del padre, paradójicamente, cuando somos adultos no disponemos de más herramientas para hacer frente al desamor que las que teníamos de niños para combatir la ansiedad de la separación, porque los mecanismos y las hormonas que fluyen en ellos son los mismos.

Con toda probabilidad, la experiencia más estresante para un bebé es la separación de la madre que le cuida para garantizar su supervivencia. El mecanismo de desespero por separación o desarraigo es innato en los recién nacidos para ayudarles a sobrevivir. El mecanismo se dispara cuando la madre sale del dormitorio de los niños.

En los adultos el mismo mecanismo se activa cuando se pierde un gran amor.

Las separaciones tempranas de la madre incrementan los niveles de corticotropina, la substancia bioquímica del miedo. Estudios llevados a cabo tanto con monos como con ratas han mostrado fuertes coincidencias entre las separaciones prematuras y niveles elevados de cortisol, hormona de estrés.

Que levante la mano la mano quien sepa lo que siente un niño por dentro cuando está solo. En cierta manera, en menor o mayor medida, todo el mundo lo hemos sentido, y lo trasladamos en la etapa adulta en nuestro comportamiento reflejándolo en la ansiedad. Conocemos ese impacto de la soledad alimentada por la ansiedad de la separación. La base del apego a la familia o refugio seguro siempre fue el punto de partida.

¿El amor está en el cerebro o en el corazón?

Hoy empezamos a saber que el amor se mueve por razones evolutivas y biológicas muy precisas. La revolución tecnológica está permitiendo, por primera vez en la historia de la evolución, que la ciencia aborde los secretos del amor.

Todo tiene un por qué… en ocasiones nos es difícil entender porque nos gusta una persona, o nos enamoramos, o cuando tenemos la necesidad de querer formar una familia o sentimos el impulso irrefrenable del deseo. Las claves para comprender el amor se basan en la química y en la imaginación del cerebro, además de miles de razones evolutivas de la vida en pareja que mantiene esta especie fuera de la extinción aliada a nuestros instintos de supervivencia.

El cerebro también tiene muchas respuestas similares que van asociadas directamente a la infancia y que se nos hacen incomprensibles, como por ejemplo el desamor de los adultos, que es la indefensión frente a los estragos idénticos del desamparo infantil.

La serotonina y el desamor:

La serotonina encabezan la lista de las substancias que modelan un desamor. La falta de serotonina se ha relacionado con agresividad, depresión y ansiedad.

Según Marazziti y su método comprobó que las personas que sufrían de trastorno obsesivo compulsivo, en las que los niveles de serotonina es inusualmente bajo y tienen un factor en común con las personas enamoradas: tienen pensamientos obsesivos similares, y tanto ellos como los pacientes pueden pasarse horas y horas ensimismados con un objeto o persona. Ambos grupos incluso pueden ser conscientes de que sus obsesiones son algo irracionales, pero no pueden liberarse de ellas. Así que Marazziti se preguntó si también disminuían abruptamente los niveles de serotonina de los enamorados.

Al explicar estos hallazgos, la divulgadora Kathryn S. Brown recuerda que, para comprobarlos, Marazziti y su equipo se pusieron a la caza y captura del amor a través de estudiantes (chicos y chicas de una facultad de Medicina de Pisa) que se hubiesen enamorado en los últimos seis meses, se eligieron personas obsesionadas con su amor al menos cuatro horas al día, pero que no hubiesen mantenido relaciones sexuales con la persona amada.

Se buscaban veinte Romeos y Julietas con una pasión espontánea, sin las interferencias propias de las tormentas sexuales hormonales o el sosiego que provoca el paso del tiempo.

El equipo reclutó a veinte personas más con diagnósticos de trastorno obsesivo compulsivo y otras veinte que ni estaban enamoradas ni sufrían trastornos psiquiátricos.

Las conclusiones del experimento confirmaron las sospechas iniciales: los estudiantes “normales” tenían niveles habituales de serotonina, mientras que los otros dos grupos (los que estaban enamorados y los que sufrían trastorno obsesivo compulsivo) tenían niveles más bajos, hasta en un 40%.

Para confirmar su intuición de que los niveles de serotonina sólo se desploman durante las primeras fases del amor, y no después, los investigadores sometieron a seis estudiantes a las mismas pruebas durante un año después del inicio del estudio. Comprobaron, efectivamente, que los niveles de serotonina habían vuelto a la normalidad, y que el afecto más sutil hacia la pareja había reemplazado sus sentimientos.

Las personas enamoradas arrojan índices de cortisol más elevados, reflejando así el estrés que producen los estímulos asociados a los inicios de una relación sentimental. Hace falta niveles de estrés moderado para iniciar una relación.

El amor es una arma de doble filo, y ciertamente enamorarse y ser correspondido además de hacernos sentir bien, nos hace sentir eufóricos y obsesionados con la persona amada dando la impresión de que es un estado idéntico a las conductas obsesivas que se concentran en la alteración de la conducta.

Lo que ocurre con la serotonina es intrigante porque es la hormona del placer, pero contradictoriamente, en la primera fase del amor no suele suscitar la calma mental propia de la serotonina. Un buen encuentro genera ansiedad porque, aunque se pueda empezar a estar enamorado, no suele ser cómodo sentir las incógnitas que produce experimentar ese amor en particular.

Las hormonas del amor…las hormonas de la fidelidad:

Según Bartels, las regiones cerebrales ricas en oxitocina y vasopresina, las hormonas del amor, se superponen con fuerza sobre aquellas ricas en dopamina, el neurotransmisor tradicionalmente asociado con el circuito de recompensa del cerebro.

Se ha sugerido que las preferencias mostradas por una pareja a largo plazo, se deben a los circuitos de vasopresina, de alguna manera, conectan con los circuitos de dopamina, por lo que se asociará a una determinada pareja con una sensación de recompensa.

En aquellas regiones del cerebro de los mamíferos monógamos ricas en dopamina, los llamados receptores de la vasopresina son más abundantes que en los mamíferos promiscuos. Su elevado nivel podría ser la causa o una de las causas evolutivas que propiciaron la conexión entre circuitos.

Las zonas que coinciden con las áreas oxitocina y vasopresina, representan claramente “el apego básico” con lo que, en los humanos, a esas zonas se las podría calificar de “sustrato neuronal del amor puro”. El azar quiso que se unificaran los circuitos para identificar a la pareja elegida con los del placer y de ahí naciera el amor irresistible.

Por lo tanto, la fase temprana del amor se asemeja a una montaña rusa hormonal, con subidas y bajadas bruscas que inducen los distintos estados y que una relación pueda estabilizarse más adelante.

Quien no reconoce una situación como esta? Es algo químico y repentino, pero ya tiene todo el potencial de amor absoluto. No es el momento adecuado para la calma y junto a la baja serotonina, surge un rechazo por dejarse arrastrar inmediatamente por estímulos nuevos que trastocan compromisos ya adquiridos. Sube el nivel de vasopresina…quien gana? Quien pierde? Tiene más posibilidades de ganar aquel de los dos que sea consciente de cabalgar en una montaña rusa y sepa esperar a que suene el silbato del final, para reiniciar el camino después de la tormenta hormonal.

Otra de las causas del desamor…el sexo del cerebro…

Lo cierto es que antes la gente solo se separaba porque se odiaban y ahora porque ya no se ama lo suficiente. Y también podemos añadir que los neurocientíficos han admitido que otra de las causas por las que podemos sugerir las bases biológicas del desamor es la máxima de que el cerebro tiene sexo.

A causa de las fluctuaciones que comienzan nada menos que a los tres meses de la vida y que duran hasta después de la menopausia, la realidad neurológica de una mujer tiene un grado de variabilidad que es difícilmente entendible por los hombres. Los cambios repentinos de humor, la excitación que somatizan sensorialmente las mujeres figuran a menudos como grandes causas del desamor.

Tampoco es fácil conciliar estructuras de espacio distintas en el cerebro de hombres y mujeres. Las primeras disponen de mayor número de neuronas para los centros que rigen los sentidos del lenguaje y el oído y también son mayores los sentidos ocupados por el hipocampo que abarca los puntos neurálgicos de la memoria y las emociones.

¿Por qué si no se extrañan tanto los hombres, de que las mujeres recuerden con tanta precisión detalles vinculados al amor que para ellos son imperceptibles? En cambio ellos dedican dos veces y media más de espacio cerebral a su instinto sexual, de ahí que ellos se envenenen con la frase de ellas “ahora no me apetece…”

En todas las culturas se sabe que los hombres se enamoran más rápido que las mujeres pero nadie ha podido demostrar que su lívido funcione de manera distinta. El reciente descubrimiento sobre la incompatibilidad entre el estrés y el orgasmo femenino explica no sólo muchas de las desventuras amorosas, sino también hasta que punto la organización social camina por senderos opuestos a los condicionantes biológicos.

El amor real no lleva los ojos vendados, los tenemos quizás nosotros, dejándonos confundir, la seguridad de alejar la soledad de nuestras vidas o encontrar una pareja que espiritualmente nos complete y con la que podamos compartir penas y alegrías. De nosotros depende seguir la pista y no autoengañarnos.